Es difícil precisar el momento en que los teléfonos dejaron de ser máquinas mono función, simples transmisores de la voz, para convertirse en aparatos crecientemente multifacéticos y esencialmente inteligentes.
Al final de la década de los noventa, la oferta de tonos diversos para personalizar el timbre de llamada y la incorporación de la función para envío de mensajes cortos SMS, marcaron el punto de inflexión en una senda en la que ya se han dado múltiples pasos, pero de la que hoy es difícil vislumbrar su final.
El concepto de smartphone, ya al comienzo del milenio, coincide con una imagen en la que el teléfono no es un artilugio para llevarse únicamente a la oreja. La publicidad de la época explota de modo intenso la idea de un aparato que debe utilizarse también situándolo delante de los ojos. Así se acuña el eslogan "una generación de móviles para ver".
La explosión de los smartphones, la autentica locura global que los ha convertido en el producto electrónico más demandado, llegó en verano de 2007 con el lanzamiento por Apple del archifamoso iPhone.
CincoDías publicó entre 2002 y 2004 una serie de artículos en los que se describían las características emergentes de unos teléfonos inteligentes que entonces eran pioneros. La ilustración de uno de ellos, el P800 en marzo de 2003, remarcaba el concepto del "móvil para ver", pero también se utilizaban otras ideas como "la ciencia ficción alcanza al móvil".
Como ha ocurrido a lo largo de las tres décadas de historia de la telefonía celular, las predicciones apuntaban una tendencia, pero no fueron capaces de aventurar que nos enfrentaríamos a "una evolución vertiginosa". La realidad siempre ha ido más lejos que la previsión.
La comparación de aquel móvil ultra sofisticado de 2003, con el último lanzamiento en la gama más del mismo fabricante, Sony-Ericsson, el Xperia Arc, en 2011, desvela alguna de las obsesiones que están llevando tan lejos el fenómeno smartphone.
La primera es el mantenimiento de un hilo conductor entre las características de los primeros teléfonos y de los modelos más evolucionados. El P800, por ejemplo fue en su día el teléfono más fino y más liviano de su gama. El Xperia Arc pesa cinco veces menos y es el doble de estrecho. Si el pionero esbozaba aplicaciones para la reproducción de música, el avanzado desarrolla facilidades de reproducción de MP3 y capacidad para ilustrarla con videoclip, además de incorporar radio digital. En 2003 aparecen las primeras pantallas táctiles para dar órdenes mediante un punzón. Ocho años más tarde todo el móvil se ha convertido en pantalla que responde a la caricia de los dedos. Además tiene propiedades moldeables y multiplica de modo exponencial su capacidad de reproducir colores.
Los dos teléfonos, aun separados en el tiempo por ocho años, forman parte de la locura que se ha apoderado del sector del diseño y fabricación de los nuevos termínales móviles inteligentes. El mercado exige que cada seis meses se ofrezcan a los exigentes clientes de este tipo de productos una nueva gama de smartphones que superen en aplicaciones, velocidades y recursos a sus antecesores.
La capacidad continua de adaptación y de incorporación de nuevas funcionalidades y aplicaciones se soporta en el desarrollo de unos sistemas operativos que se han implantado en el móvil a imagen y semejanza de lo ocurrido en el universo de la informática personal. La evolución en este terreno es, si cabe, aun más vertiginosa.
En 2007 el 82% de los móviles carecían de sistema operativo como tal; su inteligencia se apoyaba en soluciones propietarias de cada fabricante. En abril de 2011 este porcentaje se ha reducido al 68%. Ahora el panorama lo dominan plataformas como Android, Simbyan, iPhone o RIM
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