El smartphone, que a todas partes nos acompaña, puede convertirse en un delator muy parlanchín o, si tenemos suerte, darnos una coartada. La policía científica posee herramientas y conocimientos más que suficientes para situar a un sospechoso en la escena del crimen gracias a su teléfono móvil inteligente. Un smartphone cuenta secretos sobre nosotros que ni siquiera compartimos con nuestros amigos más íntimos.
Puede cantar a la primera de turno con quién hemos hablado, dónde hemos estado e incluso con quién hemos compartido cama. Los policías y los peritos informáticos forenses están cada vez más preparados para realizar esos interrogatorios mudos en los laboratorios. Diversas agencias policiales de todo el mundo entrenan a sus miembros para que sean capaces de extraer pruebas de los teléfonos móviles.


Un smartphone es una auténtica mina de información: nombres, teléfonos, direcciones, fotografías, vídeos, anotaciones, registros de llamadas, mensajes intercambiados, rastros de navegación por Internet, datos de posición del GPS, localizaciones con respecto a puntos de acceso Wi-Fi y a torres de telefonía móvil… Con todo ese potencial pruebas, quizás pienses que las leyes de protección de la intimidad te amparan, y pueden evitar que las autoridades hagan uso del contenido de tu móvil. Pues te equivocas.
Basta una sospecha razonable sobre la comisión de un delito para que la policía pueda acceder legalmente a tu smartphone. Sobre todo esto informa Stewart Mitchell en PCPro, donde además narra las instrucciones que recibe la policía sobre extraer enseguida la tarjeta SIM de los teléfonos incautados, para evitar que alguien relacionado pueda llamar al móvil y borrar imágenes o datos comprometedores.